Los presagios lo habían anunciado: hambruna, vientos huracanados, relámpagos en el cielo despejado, serpientes volando por el aire, y, sin embargo, cuando todo sucedió, nadie estaba preparado. Por el norte, descendiendo hacia el lugar más sagrado del reino, el monasterio de Lindisfarne, aquellos barcos con el dragón en la proa se deslizaron entre la niebla del amanecer aquel 8 de junio del año 793. Y entonces llegó el caos. Entre la sangre y el saqueo de los vikingos, los monjes huyen y se resguardan, y sólo un joven novicio se mantiene firme. Ha sido educado en la caridad y la templanza, pero, ante la matanza de sus hermanos y la profanación pagana de su iflesia, el perdón resulta imposible. Y lo vivido cambia para siempre la existencia del joven Hunlaf, pues descubre, de repente, que hay un tiempo para la fe y la oración... y otro para las espadas.